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15 jun 2013

Accidentes de tránsito y cultura de riesgo

No hay datos sobre lesionados graves con secuelas discapacitantes.

Accidentes de tránsito y cultura de riesgo

La Voz del Interior lleva una estadística con el número de muertos por accidentes de tránsito que tiene nivel de catástrofe permanente. Sin embargo, no existen datos sobre la cantidad de lesionados graves con secuelas discapacitantes, con un costo humano y económico difícil de medir. Son situaciones dramáticas, verdaderos quiebres biográficos. Y podemos afirmar que todo lo hecho al respecto en políticas de seguridad vial no ha cambiado las cosas significativamente. Tal vez sea importante rotar el ángulo de análisis.
Como en todos los problemas, hay que aceptar también en accidentes de tránsito una multicausalidad. Nada es tan sencillo como esperamos que sea y menos en conductas humanas, donde pondremos el acento.
El abordaje básico puede ser considerar que la persona al volante es la misma que vemos funcionar en su ámbito familiar, social y laboral, con los mismos sesgos de comportamiento que definen su personalidad. Mostrará mayor o menor grado de responsabilidad, de sentimientos de solidaridad y empatía con el prójimo.
Es posible definir conductas medias que van a favor de un cierto equilibrio social, digamos que están “en rango”. Y otros comportamientos que son disfuncionales. Consideremos por ejemplo una persona que no tolera frustraciones, con respuestas inadecuadas o violentas en su medio, con relaciones difíciles. Este “fuera de rango” en su familia o su trabajo es el mismo que se sienta al volante de un auto. Y el auto es literalmente un poderoso amplificador de sus desajustes. No respetar el orden en una cola es conflictivo, pero no poder esperar el verde de un semáforo puede ser mortal. Sin embargo el disparador conductual es el mismo. Proponemos que los valores y conductas en el uso del vehículo son los principales generadores de accidentes.
La conducción de un vehículo es un comportamiento que se da en un espacio común que es la calle o la ruta. No es un acto individual, privado. Cómo tengamos incorporado el sentimiento de pertenencia a la comunidad y la necesidad de valores éticos en la interacción con los demás es un aspecto fundamental. Cuidarme yo y cuidar al otro, cuidar la vida en un marco de responsabilidad social, empatía y solidaridad. Guio un dispositivo mecánico de centenares de kilos a gran velocidad en un ajustado equilibrio con otras personas con las que comparto una vía común, porque necesito desplazarme. Asumo que es una situación de riesgo dinámico, pero sé que hay normas para que sea el menor posible. Puedo seguirlas o no.
Nuestro contexto cultural y la forma en que interactúa con nosotros determina en gran parte nuestro comportamiento. La modalidad de relación que tengamos con nuestro automóvil, además de nuestra personalidad de base, estará sesgada por la presión cultural social.
Un vehículo –auto o moto– es, o debería ser, solo un instrumento mecánico, algo que sirve para desplazarnos. Esa es la idea, austera, despojada. En cuanto el vehículo toma el valor de representación de nuestras potencialidades “heroicas” entramos en el cono de sombra.
Los argumentos publicitarios no son del tipo “usted viajará tranquilo y a bajo costo”, sino que jerarquizan el diseño, potencia, aceleración, velocidad, y por supuesto “la seguridad” con frenos exquisitos y air bags bien dispuestos.
Se construye una imagen del vehículo de confiabilidad, de seguridad y solidez, que no es real. Sentados dentro de un auto nos aislamos de la situación de riesgo potencial que asumimos. El interior parece un confortable nido mecánico. Calefacción, música, contactos mullidos. Es una ilusión. La realidad es que estamos proyectados con nuestra familia a 130 kilómetros por hora. Es la velocidad que tendríamos al caer desde un décimo piso.
Cada vez que nos subimos a un vehículo tenemos que tener presente que salimos de nuestro encuadre biológico funcional. O, al menos, nos ponemos en los límites. La capacidad de asimilación y control de toda la información sensorial visual, auditiva y de movimiento que requiere conducir a alta velocidad y nuestra posibilidad de generar respuestas adecuadas en rangos de tiempo mínimos, fracciones de segundo, pueden exceder la dotación de aptitudes de homo sapiens. Somos seres humanos. Pero hay, además, otros consensos que se suman.
Algunos ejemplos. Se promueve la adoración de las maravillas mecánicas con rituales como el rally. La fascinación de la gente no se queda seguramente en mirar, hay contagio. Véanse los anuncios y el “tráiler” de una película que se promueve en estos días que se llama “Rápido y furioso”, nada menos. Una película con un título como “moderado y contemplativo” suena como no viable en nuestro contexto cultural. Pero algo rápido y furioso viene con más riesgo de vida que algo moderado y contemplativo. Se anuncia en un artículo la tendencia actual a “tunear” automóviles para “potenciar sus motores” y darles “mayor velocidad final, aceleración, recupero y capacidad de reacción”. ¿Qué estilo de conducción se está proponiendo? Desde los jueguitos electrónicos, hasta las apelaciones publicitarias de diversidad de productos, se promueven conductas de riesgo como la velocidad ó acciones extremas. Una popular bebida se publicita asociada un evento mundial de automovilismo, lo que equivale a asociar alcohol y velocidad. Obviamente, no hay una intención de daño pero de hecho se está construyendo cultura social. ¿Qué orden de valores maneja un padre que le regala una moto a su hijo de 14 años?
Todo lo dicho pone el acento en el hombre, el conductor y los valores que deciden su conducta. Es la variable de más difícil control.
El otro abordaje tiene en cuenta al vehículo en sí, sobre el que opera gran parte de lo que se ve en materia de seguridad. El control técnico vehicular o si prende o no una bombita en un auto que es, por otra parte, perfectamente visualizable. Los problemas técnicos tal vez sean los que menos inciden en accidentes. Vemos circular actualmente un parque automotor muy “sano”.
Algunas ideas básicas pueden ser las siguientes.
–Limitar la consideración del vehículo (moto o auto) a su carácter de instrumento. No le busquemos componentes épicos al manejar.
–Desalentar cualquier otra valoración de propiedades que avancen sobre conductas de riesgo: velocidad muy especialmente, potencia, estatus, etc. Sería de interés, en especial ante la no lejana crisis en combustibles, que se estimule un comportamiento austero de la industria en cuanto a desarrollo de modelos más racionales en tamaño y potencia.
–Promover la idea de que cada vez que nos subimos a un auto o moto, todo el tiempo que viajemos, al margen de cualquier otra consideración, vivimos una situación de riesgo por exceder una “escala humana de funcionamiento”.
–Asumir que la ruta es un espacio común, no nuestra propiedad, en el que debemos tener un comportamiento equilibrado y solidario.
–Jerarquizar la vida sobre cualquier otra consideración al decidir cantidad de temas, como horarios de conducción, estados de ruta, límites de velocidad, etc. Cerrar una ruta en horarios de niebla o no llegar al cierre de un banco puede traerle problemas a alguien, pero va a estar vivo para rezongar.
–Acentuar el control sobre conductas de riesgo como pasos imprudentes, alta velocidad, alcohol o falta de respeto a la indicación de los semáforos.
–La mala noticia en todo esto es que no podemos esperar cambios significativos, si no es literalmente a través de la construcción de una sociedad mejor, que jerarquice la vida, la solidaridad, que proponga la diversidad cultural a la homogeneización, el bien común al individualismo.
Este es un trabajo de concientización para generaciones, empezando ya en una diversidad de campos como en educación y a través de todos los recursos masivos que hacen a la construcción de la cultura social.
*Director Médico de la Clínica Rita Bianchi (Tanti) Neurorehabilitación.
El texto original de este artículo fue publicado el jueves 13 de junio de 2013 en nuestra edición impresa. Ingrese a la edición digital para leerlo igual que en el papel.

1 jun 2013

Una escena con varios actores

Hay muchos aspectos por dilucidar todavía respecto a este “accidente” de la construcción en la planta de ladrillos cerámicos Palmar, que le costó la vida a un obrero.

Hay muchos aspectos por dilucidar todavía respecto a este “accidente” de la construcción en la planta de ladrillos cerámicos Palmar, que le costó la vida a un obrero.
Entre ellos, las causas del desplome de una gran estructura de mampostería sobre tres obreros indefensos, con medidas de seguridad individuales que quedan reducidas a un mínimo de efectividad ante semejante fenómeno. Queda totalmente relativizada la protección que puede brindar un casco, un chaleco o unos borceguíes.
Otro elemento a considerar tiene que ver con los responsables de estos trabajadores. Los actores presentes en el escenario de estas tareas pueden sintetizarse en tres empresas: el comitente, Palmar; la contratista principal, Bearzotti; y la subcontratista, Aliotti, para la que trabajaba el fallecido Barrera.
Pero, a su vez, queda por determinar si la víctima fatal estaba sindicalizada como obrero de la construcción y pertenecía a Uocra o estaba bajo el paraguas del gremio que agrupa a los trabajadores de Palmar, el sindicato de Ceramistas.
Seguramente, todos estos actores estarán el martes próximo, a las 9, en el Ministerio de Trabajo de la Provincia, en la audiencia de oficio para establecer qué fue lo que sucedió en Palmar y las responsabilidades que de este suceso se desprenden.
Un hecho similar
El 17 de agosto de 2012, un obrero de 61 años murió aplastado al caerse una viga de 28 mil kilogramos en la fábrica Astori Estructuras, en barrio Palmar, en el extremo este de la ciudad de Córdoba. Este establecimiento es colindante con el depósito de Palmar.
La Policía confirmó que el fallecido fue Hugo Colazo.
El texto original de este artículo fue publicado el sábado 01 de junio de 2013 en nuestra edición impresa. Ingrese a la edición digital para leerlo igual que en el papel.

 

La construcción ya se cobró tres víctimas

Un obrero falleció ayer mientras trabajaba en la planta de Palmar, en el extremo este de la ciudad de Córdoba. Se le cayó parte de un techo sobre las piernas. Además,otro operario resultó con heridas graves y estaba internado anoche en terapia intensiva.

Familiares de la víctima tuvieron que esperar bastante tiempo antes de que se les informara oficialmente sobre el deceso (Pedro Castillo/LaVoz).
Minutos antes del almuerzo, un reducido grupo de obreros que realizaba reparaciones en un depósito de la planta de Palmar apenas si alcanzó a darse cuenta de que parte del techo estaba desplomándose sobre ellos.
Uno de ellos soportó sobre sus piernas la caída de una de las dos vigas y falleció casi inmediatamente, mientras que otro recibió graves heridas y un tercero lesiones leves.
La víctima fatal se llamaba Iván Barrera, tenía 37 años y hacía tres meses que se desempeñaba en una empresa subcontratista de tareas de construcción en la fábrica de ladrillos cerámicos ubicada en barrio Palmar, en el extremo este de la ciudad de Córdoba.
Barrera es el tercer muerto en accidentes de la construcción en lo que va de 2013 en Córdoba, y el primero de este año en la Capital. Los otros dos pertenecen a Pilar y Carlos Paz.
En el siniestro de ayer, además resultó con heridas de consideración Héctor Peñaloza, de 32 años, quien permanece en estado reservado en el Sanatorio Allende de barrio Nueva Córdoba. El informe oficial de los médicos de ese centro de salud señaló que padece un cuadro de politrau­matismos y contusiones. Anoche estaba en cuidados intensivos, con pronóstico reservado.
Gran angustia. Horas de gran angustia vivieron los familiares de Barrera en el portón de acceso de la ­fábrica, sin que nadie los atendiera ni les brindara expli­caciones.
Rafael Lima, cuñado de la víctima y uno de los más indignados, se quejó porque nadie les dio noticia alguna y sólo obtuvieron una mínima precisión del fallecimiento por parte de un compañero de Barrera. “Nos contó que se volvió a buscar una grinfa (al galpón) y se le cayó el techo encima”, comentó.
Más tarde llegó la mujer de Barrera, quien en medio del llanto se quejó por la falta de precisiones. Cerca de las 15.30 la recibieron, le dieron oficialmente la noticia y la hicieron pasar a las oficinas para con­tenerla. Recién a las 16 se terminó con el relevamiento de Policía Judicial y una ambulancia particular retiró el cuerpo de Barrera.
Una “mulita”. Sobre las causas del accidente no fue sencillo obtener precisiones. Ni fuentes ni conclusiones se encontraban ayer en la planta de Palmar.
Tampoco el asesor de Seguridad e Higiene Laboral de la Unión Obrera de la Construcción (Uocra) local, Rafael Calama, quiso adelantar opinión, salvo que las medidas de seguridad individuales (casco, chalecos, botines y otras) resultan totalmente irrelevantes cuando se desploma una estructura semejante.
En el lugar circuló repetidamente una versión sobre la eventual causa del accidente: una “mulita” el jueves o ayer mismo embistió una columna del depósito, lo que generó el trabajo de los obreros para reparar la estructura del galpón. Cuando estaban en esa tarea, cedieron dos vigas preensambladas y cayó buena parte de la cubierta del galpón.