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11 jul 2014

Revelan riesgos por cercanía a pesticidas

Un equipo de la UNC relevó el pueblo de Morrison. Sostienen que las fumigaciones aumentan el riesgo de intoxicaciones crónicas.
En debate. La discusión sobre el impacto en la salud del uso excesivo o descontrolado de agroquímicos suma capítulos (La Voz)

“Cuanto más cerca de las zonas donde se aplican pesticidas viven o trabajan las personas, mayor es su riego de padecer enfermedades asociadas a intoxicaciones crónicas”. Esa es una de las conclusiones de un estudio desarrollado por el Instituto Superior de Estudios Ambientales (Isea), de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), sobre la base de un trabajo de campo realizado en la localidad de Morrison, cercana a Bell Ville y a 190 kilómetros de la Capital, en el sudeste provincial.
Entre las afecciones más frecuentes, el informe cita las de tipo ocular, las cutáneas y los dolores de cabeza.
Según publicó ayer la agencia UNCiencia, de la UNC, “se trata de un estudio piloto que relevó y georeferenció las principales variables socioambientales que permiten caracterizar el riesgo ambiental en Morrison, una localidad típica de la zona rural del interior de Córdoba”. Allí, un equipo de profesionales integrado por médicos, psicólogos sociales y estudiantes avanzados de la UNC implementó una encuesta epidemiológica que alcanzó a 169 hogares (526 personas, casi el 20 por ciento de la población).
Según el informe divulgado, los resultados revelan la existencia de una relación funcional entre el número de personas que manifiesta síntomas de enfermedades asociadas a intoxicaciones crónicas o subagudas (así como la frecuencia de estos síntomas) y la distancia que los separa de los campos pulverizados con agroquímicos. “Cuánto más próximo se está, más riesgoso resulta para la salud”, sintetizó Cristina Arnulphi, directora del proyecto e investigadora de la UNC.
De acuerdo a los datos relevados, la mayoría de los encuestados reside en la misma vivienda desde hace más de 60 años y se encuentra a menos de 150 metros de las áreas fumigadas.
Entre las afecciones más frecuentes, se ubicaron las de tipo ocular, las cutáneas y los dolores de cabeza. También se detectó una elevada proporción de recién nacidos con bajo peso (12,5 por ciento) y de nacimientos antes de término (13,8 por ciento), “cifras sensiblemente superiores a las registradas en el promedio del resto de la provincia (7 por ciento y 7,8 por ciento, respectivamente)”. El informe describe además que se observaron que “los casos de cáncer también aumentaban a medida que uno se acerca a las zonas de fumigación”.
Según el relevamiento, llevado a cabo entre 2010 y 2012, un 77 por ciento de los vecinos encuestados utiliza algún producto químico para combatir plagas. Además, un tercio reconoce estar expuesto a los agroquímicos por vivir junto a campos que se fumigan. El 10 por ciento dijo trabajar en tareas agropecuarias.
Un estudio similar está realizando el mismo equipo en la localidad de Pozo del Molle (departamento Río Segundo).

10 jul 2014

El impacto de la siniestralidad vial en los niños

Vulnerabilidad especial. Los traumatismos causados por accidentes de tránsito son la mayor causa de muerte de niños en todo el mundo. Es posible prevenirlos a través de la educación.

Mundial de la Salud (OMS), los traumatismos causados por accidentes de tránsito son la mayor causa de muerte de niños, entre 5 y 14 años, y de jóvenes, entre 15 y 29 años, en todo el mundo. 
Según datos aportados por el Hospital de Niños, el 83 por ciento de los ingresos al Servicio de Emergencias se deben a traumatismos causados por distintos tipos de accidentes, y el 52 por ciento de ellos tienen origen en un accidente de tránsito. 
Cabe aclarar que estos traumas requieren realizar estudios a los pacientes (tanto de imágenes como de laboratorio), dejarlos en observación (entre 8 y 12 horas) y, en un porcentaje importante de casos, hospitalizarlos. 
Para los niños que logran sobrevivir al accidente, las consecuencias suelen involucrar aspectos emocionales, conductuales y/o motrices que afectan notablemente tanto su calidad de vida como la de sus familiares. 
Sin embargo, hoy es posible que los chicos logren recuperar las capacidades afectadas, y compensar aquellas que no se logran restituir completamente, a través de un proceso de rehabilitación interdisciplinario, en el cual el apoyo de la familia juega un rol fundamental. 
Los más vulnerables
Por sus características psicofísicas y de madurez, los niños están más expuestos a los peligros de la siniestralidad vial, tanto cuando se trasladan como peatones o conductores, como cuando son llevados en un vehículo. 
“Hasta los 9 o 10 años, los chicos tienen un campo visual restringido y su altura no los favorece al momento de observar todo lo que sucede en su entorno. Además, son dispersos y tienen una tendencia natural a jugar mientras se desplazan a pie o son trasladados dentro de un vehículo”, explica Horacio Botta Bernaus, abogado especializado en derecho de tránsito, seguridad y educación vial.
Así, los más pequeños tienen limitaciones para evaluar las distancias y estimar la procedencia y velocidad de los vehículos que circulan. Además, asignan mayor velocidad y peligrosidad a un vehículo de acuerdo con el ruido que genera al desplazarse. Por lo tanto, es probable que si se les aproxima un vehículo silencioso, en el momento en que cruzan la calle, no logren reaccionar a tiempo ni adaptarse a la situación. 
Por otra parte, Botta Bernaus agrega que hasta los 5 años, los niños tienen un tiempo de atención muy corto que no les permite atender más de una cosa a la vez, y hasta los 8 años, les resulta difícil seleccionar entre varios estímulos aquél que merece mayor atención.
Por eso, es importante que durante la infancia “siempre transiten la vía pública acompañados por un adulto y tomados de su mano, y sobre todo que reciban educación y buenas enseñanzas sobre el tránsito”. 
Con respecto a la vulnerabilidad de los niños frente a la siniestralidad vial, María Eugenia Gordillo, jefa del Servicio de Emergencias del Hospital de Niños, advierte: “Es importante analizar el rol que juegan los más pequeños dentro de la vía pública. Si analizamos las estadísticas, del 52 por ciento de traumatismos ocasionados por accidentes viales, el 38 por ciento de los casos se trata de peatones atropellados, y le siguen los pasajeros de vehículos como autos y motos (25 por ciento), niños conductores de motos (32 por ciento) y conductores de bicicletas (5 por ciento)”. 
“Si existen víctimas inocentes del tránsito, son los niños”, aseguran los especialistas. 
Lesiones más frecuentes 
El accidente de tránsito suele ocasionar graves secuelas que pueden afectar funciones motoras pero también la conducta, las emociones y la capacidad intelectual de los niños. En general, las regiones más comprometidas son el cráneo y los miembros. 
“Los niños que sobreviven pueden sufrir lesiones cerebrales, pérdida de algunos de sus miembros superiores o inferiores, que le obligarán a usar prótesis (brazos, manos o piernas ortopédicas) o silla de ruedas por el resto de su vida. Otras lesiones, como la pérdidas de músculos, piel y huesos producen secuelas funcionales y/o estéticas, a veces irreparables y definitivas”, indica Jorge Pedro, jefe del Servicio de Traumatología del mismo hospital. 
“Existen lesiones particulares según el rol que haya tenido la víctima en el accidente”, agrega Gordillo. 
Los conductores de bicicleta suelen sufrir lesiones de órganos internos como el páncreas, el intestino delgado, el hígado o los riñones, debido a que el manubrio impacta sobre alguna de estas regiones. En tanto, los niños pasajeros de vehículos en colisión, que no llevaban puesto el cinturón de seguridad, suelen presentar lesiones intraabdominales típicas y traumatismos en la columna lumbar. 
El traumatismo de cráneo 
Una de las lesiones más habitual es el traumatismo de cráneo, que se acompaña de lesiones cerebrales con diverso grado de severidad. 
“Entre las más frecuentes, encontramos la conmoción cerebral que es la pérdida de conciencia transitoria y breve, sin lesión demostrable en tomografía. En cambio, las lesiones por contacto son producidas por la acción directa de una fuerza sobre el cráneo y pueden ocasionar fracturas (lineales y hundimiento) o hemorragias (hematoma epidural, subdural o intraparenquimatoso)”, explica Francisco José Pueyrredón, neurocirujano del Hospital de Niños. 
Por otra parte, la lesión axonal difusa (LAD) es una de las más frecuentes y, a su vez, devastadora, ya que el daño ocurre sobre un área amplia más que en un punto focal del cerebro. 
La LAD se debe a extensas lesiones en la materia blanca, y es una de las principales causas de coma, pérdidas de conciencia y estado vegetativo. “Siempre depende del grado de severidad de la lesión que puede ir desde (muy) ligero o moderado a (muy) severo. En general, aparece en cerca de la mitad de los casos de trauma cerebral severo y, con menor frecuencia, en traumas moderados y leves; y puede ocurrir en cualquier grado”, señala el especialista. 
Todas estas lesiones pueden o no estar asociadas a un edema cerebral (acumulación de líquido en los espacios intra o extracelulares del cerebro). 
Las consecuencias para los niños pueden ser de tipo cognitivo (como alteraciones en el aprendizaje, el lenguaje o la memoria), motoras (debilidad en los miembros) y psicológicas. También pueden presentar problemas más graves como alteraciones respiratorias o en la deglución. En todos los casos, están determinadas por el tipo de lesión asociada y el comienzo de un tratamiento adecuado, rápido y eficaz. 
Para las familias, “las consecuencias están asociadas a trastornos psicológicos, económicos y sociales”. 
“Es posible disminuir las secuelas y recuperar la calidad de vida de estos pacientes a través de un tratamiento integral, a cargo de un equipo multidisciplinario, con neurorrehabilitación específica. Y, por suerte, existen muchos niños que logran una buena recuperación y llegan a la edad adulta con una mejor inserción social, laboral y educacional”, asegura Pueyrredón. 
Los especialistas consultados aseguran que “la prevención del traumatismo es la medida más eficaz para evitar estas lesiones y sus secuelas, así como los daños personales, sociales y económicos que ocasiona esta grave situación”.
Los más chicos, en su lugar
Otra de las causas que con frecuencia pone en peligro la vida de los chicos está directamente relacionada con el lugar que ocupan dentro del vehículo.
“Los adultos tenemos que repensar qué lugar damos a los chicos cuando los trasladamos en un auto o en vehículos inestables e inseguros, como las motos y las bicicletas. Pero también, qué responsabilidad tenemos cuando les regalamos vehículos que aún no están preparados para manejar”, reflexionan los especialistas.
Cabe mencionar que la Ley de Tránsito de la Provincia de Córdoba, en su artículo 39, prohíbe el traslado de niños menores de 10 años en vehículos de dos ruedas.
“Estos vehículos no son adecuados para trasladar a un niño porque su infraestructura no garantiza condiciones mínimas de estabilidad, protección y seguridad”, asegura Botta Bernaus.
El lugar más seguro para el traslado de un niño en automóvil es el asiento trasero. En ese sentido, la ley establece que hasta los 10 años, e incluso en algunos ordenamientos hasta los 12, los niños deben ir sentados en el asiento de atrás, y viajar con el cinturón de seguridad correctamente abrochado.
En tanto, los bebés deben ser trasladados mediante un sistema de retención infantil (SRI) adecuado a su edad, altura, talla y peso. Existen distintos tipos de dispositivos de sujeción homologados (sillitas, huevitos, elevadores o elevadores con arnés) para garantizar que viajen seguros.
La parte del medio del asiento trasero es el lugar más recomendable para ubicar la sillita, porque aleja al niño de impactos laterales y lo protege mejor de cualquier golpe que pueda sufrir el vehículo.
“Muchas veces los papás argumentan que por razones económicas no pueden adquirir la sillita. Entonces, les respondo que en ese caso deben usar otro medio de transporte para trasladar a sus hijos. No existe un argumento razonable por el cual pongamos la vida de los niños en peligro”, dice Francisco José Pueyrredón, neurocirujano del Hospital de Niños.
No sólo la ubicación de los niños en el auto es importante, sino también su comportamiento durante el viaje. Una de las precauciones a tomar consiste en no sacarlos de la sillita por ningún motivo (aunque llore, esté molesto o inquieto), evitar que se recuesten o duerman sobre las ventanillas y puertas (cualquier impacto, por mínimo que sea, genera una energía suficientemente fuerte como para poner en peligro su vida) y lograr que no generen distracciones al conductor a través de su conducta.
“Muchos de estos accidentes podrían prevenirse a través de una formación adecuada en educación vial que deberían recibir los niños pero también sus padres, docentes y autoridades”, aseguran.